Darth Vader pilotó su caza TIE Avanzado directamente hacia
el mundo que parecía asediado por la extraña flota. Como esperaba, nadie
consideró que su aproximación resultara una amenaza, pero tampoco hubo ninguna
clase de sondeo por comunicaciones. No se le alertó de ser derribado si se
acercaba, no se le interrogó acerca de su identidad o intención... Nada. Desde
la profundidad de los cristales tintados de su casco, observaba atentamente el
grupo de naves. Seguían en la misma desordenada formación en que las había
visto desde el puente del destructor, totalmente inmóviles en la que parecía
aquella órbita geoestacionaria, como si estuvieran vigilando desde el espacio
una región concreta del planeta colonial.
Darth Vader presentía que
aquellas naves tenían algo que ver con el asunto de la Jedi oscura, pero era
una mera imaginación. Él seguía sin sentir nada relacionado con la Fuerza como
no fuera el intenso hedor del Lado Oscuro de Nakt-Dalar. Quizá todo lo
susceptible de percibirse estuviera siendo eclipsado por la muerte y destrucción
desatadas días atrás en aquel planeta, pero eso no explicaba la ausencia total
de percepción de la vida del interior de aquellas naves... ¿Estarían gobernadas
por droides? Su viejo espíritu de detective Jedi le había llevado a suponer que
bajando a ese planeta encontraría indicios en algún sentido, o directamente el
enfrentamiento hacia el que El Emperador le estaba empujando. Y era evidente
que no se equivocaba: como apremiada por su cercanía, una pequeña nave ovalada
salió desplegada del liso vientre de la gran gema y descendió directamente
hacia el planeta, a tal velocidad que la pudo ver incendiarse brevemente contra
la atmósfera.
Decidió apresurar también a su
caza. Esperó tenso a que alguna de las naves le lanzara un disparo de
advertencia o directamente buscaran destruirlo, pero nada. Le dejaron seguir su
persecución. Parecía que no iba a necesitar sus depuradas y ya casi olvidadas
dotes en combate... pero sí tendría que alardear un poco, buscando entrar en la
atmósfera a gran velocidad, pero procurando una entrada lo bastante suave como
para no incendiar su nave, pues los cazas TIE no estaban diseñados para
resistir reentradas bruscas en los planetas, y tampoco los débiles escudos de
su caza modificado resistirían la colisión contra la atmósfera. Aceleró los
impulsores de iones a máxima velocidad gradualmente y de nuevo forzó la nave
casi a detenerse completamente, usando su intuición y el sondeo mental de la
Fuerza para identificar el límite invisible de la mezcla de campo magnético y
gases de la atmósfera, la barrera difusa de varios kilómetros contra la que un
objeto demasiado acelerado se vería calcinado por la fricción. Nuevamente dio
impulso, acelerando tan al límite que los escudos se consumieron completamente,
soltando una estela de fuego alrededor del pequeño caza.
Por inercia, echó un vistazo a
las pantallas entre los mandos, pero la nave que seguía era indetectable, y al
parecer la naturaleza de la forma de energía que las impulsaba a todas no se
registraba como calor... Era algo desconocido. Redujo nuevamente la velocidad,
y sobrevoló en un amplio círculo la zona habitada más próxima a la trayectoria
en línea recta que había visto seguir a la nave con forma de gema negra...
Lo único que había a la vista
entre el mar de copas moradas que se extendía en todas direcciones era una ciudad
pequeña, uno cualquiera de los entre sí distantes emplazamientos coloniales de
aquellos wentklyt que habían decidido tiempo atrás abandonar la estresante sociedad
que les era natural...
De hecho, gracias a eso, la
estirpe alienígena y humanoide que tanto había apreciado El Emperador no
desaparecía del todo, pero llevaban esos colonos tanto tiempo viviendo bajo
preceptos tan distintos, que realmente ya carecían y carecerían siempre de
ningún valor para sus planes, pues desconocían y rehuían de toda la tecnología
industrial y anticuada que se usaba en su mundo natal, y por tanto nunca jamás
volvería a conocerse el proceso tan complejo y peligroso que producía como
desecho el extraño mineral azul que había estado comprándoles el Imperio
durante algún tiempo... Un mineral con el que, según decía El Emperador, podía
dispararse una singularidad a voluntad, si se acumulaba suficiente cantidad y
se la sometía a una constante e intensa concentración de láser...
¿Sería eso verdad? Y de serlo...
¿para qué querría El Emperador generar agujeros negros a voluntad? Como fuera, Vader
dejó a un lado los oscuros planes de su señor oscuro al distinguir al fin a la
pequeña gema de pulido negro depositada sobre la azotea de uno de los más bajos
de los edificios.
Las construcciones de todo el
emplazamiento habían sido moldeadas de distintas formas horadando lo que en
otros tiempos tuvieron que ser un macizo de gigantescas rocas erguidas desde
las profundidades de la tierra. Los laboriosos wentklyt habían excavado la
piedra de tonos anaranjados con sus bastas pero eficientes máquinas manuales,
arrancado y apisonado líneas enteras de macizos rocosos para hacer las
carreteras y las separaciones entre grupos de edificios, y pulido y tallado las
formas exteriores e interiores de las viviendas para hacerlas inofensivas e
incluso agradables al tacto. Todo mueble, puerta y mayoría de utensilios de uso
común y cotidiano se manufacturaban según la necesidad en la madera amarilla de
los árboles circundantes, pues todo wentklyt era un eficiente y dedicado labrador
de prácticamente cualquier disciplina. Y con el espíritu de usar sus
conocimientos para ofrecerse a sí mismos y también a otros una vida más cómoda,
era que se habían exiliado del pesado y rígido régimen fascista e industrial de
Nakt-Salar, dedicándose a ser posaderos y artesanos, especializándose en el
comercio y la mediación, en la reparación y diseño de piezas sustitutas para
toda clase de naves, con tecnología anticuada, sí, pero de extraordinario y
extremadamente eficiente diseño. Pues los wentklyt exiliados extraían y
trabajaban los metales del nuevo planeta, así como desarrollaban sus propias
máquinas y mecanismos, menos agresivos y contaminantes que los de su planeta de
origen. Una sociedad pequeña, equilibrada y sencilla, que por una fracción de
segundo hizo a Darth Vader pensar en su lejana infancia en el mundo de
Tatooine, donde comerciantes honrados y granjeros de humedad llevaban unas
vidas tranquilas a pesar de la ubicuidad del crimen en sus escasos núcleos de
población.
Sobrevolando la sencilla pero
compuesta población, Darth Vader pudo reconocer con sus propios ojos la forma
ovalada y lustrada de la oscura nave que estaba siguiendo. Se mantenía en su
campo repulsor sobre la amplia terraza de piedra que se extendía desde lo alto
de uno de los edificios medianos. La plataforma podía albergar al menos seis
naves monoplazas de tamaño estándar, probablemente como servicio adicional para
los probables residentes de lo que sin duda era una posada. La gema negra se
había dispuesto enfrentada a otras dos naves de muy distinta y menos estilizada
clase. Uno era un tipo sencillo de speeder terrestre de cabina cerrada; el otro
un pequeño esquife de transporte de forma tubular y provisto de una sencilla
torreta desintegradora en la parte superior de su centro, y del que se
adivinaba, por el ensanchamiento de su popa, que estaba provisto de un sistema
hiperimpulsor.
Vader sentía una potente
presencia recorriendo el interior del edificio. No sabía discernir si se
trataba de un Sith o un Jedi, pero alguien con un gran poder había sin duda
dejado el misterioso interior de la nave de cristal. Y dudaba seriamente que
ninguno de esos otros vehículos pertenecieran a nadie de relevancia en toda
aquella historia. No había rastro de nada que no fuera mediocridad, al sondear
el residuo mental del interior vacío de aquel par de viejos transportes.
Decidió aterrizar su TIE Avanzado justo en el espacio intermedio entre ambos.
Debía ver con sus propios ojos a aquél que vergía de tal modo con el poder de
la Fuerza.
El Lord Sith Darth Jaké Nu Nobosi apenas había dado un par
de largos pasos en el interior de la habitación donde hacía sólo dos días antes
había permanecido la fugitiva Darth Syn. Y de eso no tenía ya la menor duda. La
única pista que le había traído hasta ese primitivo mundo de estrella amarilla
había sido la explosión de dolor y consumo de la vitalidad en la Fuerza de su
súbdito Sith, el zabrak Ram Nasiniakis. Era uno más de los miles de guerreros a
sus órdenes, y sólo uno de los cientos de exploradores que había desplegado por
todo el Espacio Salvaje para investigar el rastro de Darth Syn, que por sí mismo
era totalmente inapreciable por medio de la sensibilidad de la Fuerza. Y era
cierto que todo Sith que se preciara de serlo en las Regiones Desconocidas era
muy capaz de ocultar su rastro de poder, pero nadie, ni siquiera él mismo, era
capaz de negarse a la Fuerza al tiempo que la usaba, como sí que era capaz de
hacer la ladina y esquiva mujer.
El único motivo por el que Ram
Nasiniakis había logrado dar con ella, era la devastación que resonaba en las
líneas puras de la Fuerza como una grieta de heridas que se abrían desde aquel
mundo cercano, que giraba en aquellos momentos alrededor del sol del sistema
como una baliza de dolor que aullaba hasta las estrellas más próximas. Ram
había informado convenientemente del cataclismo cercano a los sistemas que él
estaba investigando, y Lord Jaké le había permitido ir a indagar, no sin pocas
esperanzas, sabiendo que quizá el Imperio Galáctico fuera el responsable del
exterminio de tantas vidas en un solo ataque impulsado por el afán expansionista
del infame Emperador. Sin embargo, parecía haber dado efectivamente con ella. Y
ella, evidentemente, se había dejado encontrar.
Pues ella no tenía manera alguna
de saber que el Imperio Sith de las Regiones Desconocidas había decidido darle
caza, mucho menos cuando muchos de sus líderes celebraban los primeros ataques
y victorias de la mujer de piel cenicienta sobre otros señores de la guerra
Sith, declarándola la primera y única, desde hacía quizá milenios, gran
vergencia de la Fuerza en filosofía e intenciones. Muchos habían enviado
emisarios a honrarla y ofrecerle alianzas, emisarios que perdían ciclos enteros
buscándola sólo para luego ser torturados o mutilados antes de volver de una
forma u otra hasta sus señores, o incluso para ser directamente aniquilados.
Era probable que, en su inconsciente locura, no entendiera ni fuera capaz de
imaginar que el Imperio Sith vería como peligrosa su aventura fuera de las
Regiones Desconocidas. Y es que el Imperio Sith era poderoso, y extenso, pero
estaba formado por una disfuncional amalgama de señores de la guerra que
conspiraban entre ellos y contra ellos, eternamente, y que sin duda se habían
enquistado en sus cómodas posiciones de poder, pero sin tener en quién confiar
ni sintiéndose nadie capaz de aliarse con nadie para una gran guerra contra la
extinta República, entonces protegida por la solidez y constancia de la Orden
Jedi, ni mucho menos contra el recién conformado primer Imperio Galáctico,
sobredimensionado en armamento e implacable en violencia. Pero a pesar de no
saber que la perseguirían, tampoco parecía muy inteligente de su parte arrasar
una civilización y permanecer luego en el mundo vecino. Aunque Darth Jaké Nu
Nobosi creía saber el porqué.
Su orgullo. Su temeridad. La
mujer del cabello blanco siempre había hecho alarde de todo cuanto ella misma
era, tanto en su forma física como en sus poderes con la Fuerza, y sin duda se
creía invencible. No tenía ni idea de cómo habría devastado el planeta entero,
pero suponía que lo habría atacado con una nave, sobrevolando la superficie, o
quizá durante un sigiloso asalto cuerpo a cuerpo, y destruyéndolo todo gracias
a una conveniente reacción en cadena quizá iniciada en alguna central de
peligrosa energía... Nu Nobosi no conocía esos mundos ni tenía ningún interés
en saber qué había llevado a la mujer de piel cenicienta a ellos. Sólo deseaba
darle alcance cuanto antes.
Y aunque no podía verla en el
rastro de la Fuerza (como sí lo hacía con Ram Nasiniakis y sus esclavos Sith,
destruidos allí los tres), lo que no pasaba en absoluto desapercibido para su
más mundano sentido del olfato era la pasada presencia, cargada del hedor viril
de feromonas, de ese esclavo robado hacía años a otro maestro Sith, Ank Sinuk. El
olor de los zeltron le era muy familiar al longevo Sith; no obstante siempre
habían sido muy de su agrado los hombres y mujeres de esa misma especie, y sólo
al encontrar a su ansiada Darth Syn acompañada siempre de ese esclavo, era como
había empezado a odiar a muerte a cualquier espécimen de esa raza, y en
especial al mismo Ank Sinuk, al que habría destripado mediante telequinesis si
no fuera por la protección que le brindaba su nueva ama.
Los poderes de la mujer habían
ido aumentando exponencialmente desde que decidiera enfrentarse a distintos
líderes Sith de otros mundos, y Darth Jaké siempre se había sentido
secretamente agradecido de que mucho antes la deseada joven hubiera abandonado
el sistema que él mismo dominaba, sabiéndose inferior a ella en todos los
aspectos. Pero... El maestro y gran líder Sith se había pasado la última década
de su larga vida de más de doscientos años en un estado de constante
meditación, sumido en una estasis del tiempo y el espacio que él mismo se había
inducido, dejando en manos de su más preciada y avezada aprendiz, Darth Vera,
el control y mando del sistema planetario y los ejércitos que le pertenecían.
De ello, Lord Nu Nobosi había vuelto a la vida imbuido de una clarividencia y
poder en la Fuerza que contrastaban completamente con el saco de huesos a que
había quedado reducido su cuerpo, privado todo ese tiempo de alimento y agua.
Su cabello y barba blancos habían crecido considerablemente, mientras sus ojos
se habían hundido en su cadavérica faz. Los labios se le habían agrietado, la
piel le había empalidecido, y el iris de su único ojo se le había teñido de una
continua radiación amarilla, de aspecto correoso si se le miraba de cerca, como
si una especie de óxido metálico se lo hubiera infectado. Todos le temían,
tanto por su aspecto de muerto en vida, como por el poder que desprendía, y
realmente él se sentía capaz de enfrentar y derrotar a la que era su mayor
rival y al tiempo más ardoroso objeto de su lujuria.
Pues del mismo modo que se había
descolgado hacia los abismos de la Fuerza, dejando su cuerpo languidecer en la
penuria de la semi-vida, sus apetitos como ser de carne habían crecido, como si
necesitara recuperar con intensidad los años de abstracción de sus sentidos terrenales,
años durante los que su conciencia había viajado y viajado por el cosmos, hasta
llegar a vislumbrar el horror de dimensiones galácticas, balbuceante y
terrible, que se debatía perdido y furioso en el centro del universo, y como si
el descubrimiento de la terrible entidad, su cara a cara atemporal, le hubiera
imbuido de una maldad y nivel de depravación insoportables para ser contenidos
con los usos de la precaución, la mesura o la compasión.
En definitiva, Darth Jaké Nu
Nobosi había regresado a su cuerpo convertido en un auténtico monstruo, más
poderoso, desatado y desalmado de lo que nunca antes lo había sido.
Darth Vader descendió raudo los cinco pisos de escaleras de
piedra anaranjada, haciendo al respirador artificial de su casco acelerarse
ligeramente para proporcionar oxígeno a su pesado corazón, colmado ya no sólo
de sangre, si no de todas las demás sustancias que el panel del centro de su
pecho le suministraba a fin de hacerle más tolerable su vida de cyborg, así
como para dotar a sus partes humanas de la fuerza y resistencia propias de un
robot. El pesado traje y todos sus aditamentos hacían su vida una asfixiante
pesadilla continua de claustrofobia... Pero el sufrimiento y la ira que ello
conllevaban le otorgaban un dominio del Lado Oscuro de la Fuerza que a veces
parecía envidiarle el mismo Emperador. Y Vader sentía no sólo cómo la oscuridad
en la Fuerza de aquella presencia se hacía más tangible según se acercaba,
también sentía la oscuridad propia crecer al unísono, como si sus poderes se
preparan o se volvieran un reflejo de los próximos. Y crecía en él la certeza
de que le sacaría respuestas a ese ente acerca de la ninfa oscura: o mediante
el simple método de la cordial pregunta, o mediante sometimiento a espada láser
y estrangulamiento de la Fuerza, le daba lo mismo.
Darth Vader llegó hasta el primer
piso. Aquella planta, como todas, estaba excavada en el interior de la montaña
de piedra, siendo la más amplia y con más habitaciones de todas ellas, al ser
la más baja dentro de la cada vez más ancha base de su estructura. La pasarela,
cerrada con unas sencillas varas de madera amarilla como barandillas, recorría
en un amplio e irregular semicírculo la disposición concéntrica de las puertas
a las habitaciones de la posada, y en la última antes de las escaleras de paso
a la planta baja, se encontraba aquel hombre, parado ante la entrada sin
puerta, en el interior, dándole la espalda. Pudo ver, pese a la distancia que
les separaba, cómo la silueta, vestida en amplios ropajes oscuros pero sin capa
ni túnica, se estremecía antes de volverse a mirarle.
Aquel hombre delgado, tan alto
como él mismo, de piel tan blanca que apenas se la distinguía entre su cabello
y barba, lisos y largos ambos hasta la cintura, parecía estarle sonriendo
incluso antes de girarse hacia él, como previendo su aparición, como si fuera
un invitado que llegaba puntual a su cita. Vader sintió una insinuación de
desconcierto, pero ningún horror o inquietud, pues el demacrado rostro de
dientes amarillos, con negro parche metálico atornillado sobre el ojo derecho y
con un izquierdo que refulgía como metal podrido bajo un haz de láser, no
difería mucho del repugnante aspecto de su señor oscuro, el Emperador. Y era
aún menos terrible ninguno de ellos si los comparaba con lo que él mismo
ocultaba bajo su máscara. Lo que sintió, decididamente, fue más bien un
profundo desprecio hacia aquel hombre viejo y flaco, que parecía una parodia o
copia barata de su sardónico Lord Darth Sidious, y el desprecio se tornó
enseguida un profundo odio al identificar aquella fea sonrisa con el falso y
exagerado humor que veces mostraba también aquél.
El hombre empezó a salir de la
habitación sin dejar de mirarle, sacudiendo primero los hombros y luego el
torso entero en lo que parecía una carcajada silenciosa. Darth Vader reanudó su
envarado y acelerado paso, haciendo retumbar el suelo de roca bajo sus negras
botas, dispuesto a interrogarle respecto a todo aquello y la mujer del Lado Tenebroso
de la Fuerza. Pero él se le dirigió con una voz profunda y grave, para nada
acorde con su físico nervudo, casi lastimero.
— ¡Vaya, vaya! Apostaría a que
ambos estamos buscando a la misma mujer, ¿no es así, pobre engendro maltrecho?
—Le insultó de muy buen humor y soltando las palabras con lentitud, como
saboreándolas, levantando los brazos, encogiendo los hombros, y abriendo aún más
su sonrisa amarilla, que atraía inevitablemente la mirada en medio del blanco
de su barba.
Darth Vader no respondió al
insulto, ni tampoco se molestó en preguntarle nada. Sabía perfectamente cuándo
alguien era peligroso, y cuándo era realmente inútil dirigirle la palabra. No
obtendría respuestas ni obediencia al poder del Imperio. Sólo intentó sondear
su mente, pero no vio nada. Allí dentro sólo había un agujero negro de
depravación y maldad. Mucho más profundo e insondable de lo que lo era la misma
mente del Emperador. Y del fondo de ese agujero negro, hacia el que su propia
conciencia se veía arrastrada como por una gravedad irrefrenable, podía casi
oler, tan bien como lo veía, el hedor de la repugnante descomposición de algo
que pese a todo seguía vivo, quizá enfermo o envenenado, sufriendo una horrible
gangrena, probablemente. Vader abandonó a duras penas esa mente enferma,
enloquecida, cautivado como estaba por la curiosidad.
Volvió a ver ante sí al hombre,
ahora a tan sólo unos pocos pasos. Se dio cuenta de que el anciano estaba
confundiendo toda su perversidad y locura con un poder ilimitado. Algo que tal
vez pudiera impresionar a un estudiante de la Fuerza menos experimentado y
hábil, pero que a él sólo le hacía sentir aún mayor asco de aquel humano
miserable.
— ¿No dices nada? —Le preguntó el
anciano, al ver al hombre-máquina detenerse ante él con los brazos en jarras,
con el rítmico resonar seco de la respiración asistida de su casco por toda
conversación—. ¿Será que se te ha... roto el altavoz de esa cabeza electrónica
que tienes que llevar?
El anciano parecía divertirse
mucho con sus propias bromas, y carcajeaba mientras un denso gargajo de saliva
ensangrentada se le derramaba por un lado de la boca sobre la barba blanca.
Darth Vader sintió un fuerte estallido de odio, y la idea de matarlo de
inmediato se le antojó de repente como la única posibilidad, y la más lógica
dadas las circunstancias. Asió su cuello con el poder de la Fuerza, extendiendo
ante sí la mano derecha para darle énfasis e intensidad al hechizo, pero el
anciano le rechazó de inmediato soltándole una potente onda de energía
cinética, que Vader a duras penas pudo dispersar a su alrededor. Los muros y el
suelo de piedra se agrietaron en torno a ellos con el sonido de truenos. Darth
Vader estaba satisfecho: le había quitado la sonrisa de cuajo al anciano, que
ahora le miraba con el ceño fruncido, el ojo brillante y la boca contraída en furioso
jadeo de odio. Se había encorvado, y de repente parecía más bajo que él; estaba
tenso y babeaba, como si se tratara de alguna clase de animal irracional,
enfermo de rabia.
— ¡Os mataré a todos, puerco imperial!
¡Repugnante cosa de carne muerta, jodido zombi cibernético! ¡Maldito seas,
mierda con patas, perro torturado, criatura fea y débil!
Darth Jaké Nu Nobosi se sentía
insultado como nunca antes por aquella burda parodia de lo que habían sido los
Jedi, y de su arrogancia por creerse dueño, junto a su amo, de la galaxia, tal
y como la misma Orden Jedi se había atrevido a instaurar también antes su dogma
de orden y paz. Sentía en el torturado ser de aquel traje todo aquello que
odiaba de los extintos Jedi, y percibía cómo la altanería de su supuesto mando
le tenía tan embargado como a él mismo la lujuria y la crueldad hacia la
perseguida Darth Syn. Se puso en contacto mentalmente con Darth Vera, al mando
de su gigantesco crucero de batalla Tormento Crepuscular, mientras le gritaba
aquellos insultos vacuos al orgulloso lugarteniente del Emperador.
La hembra de la especie Scyllear,
sentada en amplio asiento negro del comandante, en el puente de la nave, dejó
entrar a su actual jefe en su mente, lo justo para facilitarle las órdenes.
Darth Jaké le había sugerido que se sumiera en estado de meditación para
facilitar la comunicación entre ambos, si fuera necesaria; pero ella odiaba
meditar, así que en el momento de establecer contacto, mantenía sus grandes
ojos negros dirigidos hacia los cinco destructores del Imperio Galáctico, más
allá de la cúpula de observación del puente, que permitía una visión absoluta
alrededor de toda la parte superior de la nave. El cristal de concentración de
láser que recubría toda la nave era transparente visto desde el interior, y
estaba reforzado por varias capas de gran espesor del más sólido pero también
más común de los vidrios, sin duda forjado y moldeado todo ello con los poderes
de la Fuerza, como muchas otras cosas en aquella nave.
Escuchó lo que le decía Lord Nu
Nobosi, dejando asomar un par de veces su lengua bífida, como saboreando la
anticipación de la batalla. Sus largos colmillos venenosos segregaron gruesas
gotas de veneno mortal, imaginando el sabor de la carne humana, tan sabrosa
como le era, y tragó el amargo jugo intentando ignorar la gula. Se pasó una
mano humanoide pero rematada por afiladas uñas blancas, sobre la piel escamosa
y negra de la cara, y la hizo subir hasta los finos y sensibles tentáculos
morados de su cabeza, que revolvió con un rápido gesto que la hacía sentirse
confortada, al ayudarlos a reposicionarse y desenredarse unos de otros. Resopló
una vez por los pequeños orificios que le servían de nariz, antes de volver a
coger aire y ponerse en pie para hablar.
—Apuntad el Sesgo de la nave
contra el destructor más alejado de su formación.
Lo ordenó adelantándose hacia la
visión de las naves imperiales, agitando su amplio pantalón corto hasta las
rodillas, con su ágil y rápido paso. La pronunciación de las eses en su boca se
volvían un sonido largo y amenazante, pues aunque había aprendido a la
perfección la lengua común, las cualidades bucales de su especie le
dificultaban el habla. Se detuvo haciendo crujir sus botas de piel sintética,
estriadas por detrás para acomodar el encaje de sus naturales espolones de la
media altura de sus gemelos. Toda pieza de su atuendo era blanca, muy improbable
en un Sith por su luminosidad, contrastando completamente con su piel de
pequeñas escamas negras. Dejó reposar su peso sobre la pierna izquierda en un
gesto de sensualidad muy propio de las hembras de otras especies que había
venido observando durante décadas, y sacudió como un látigo su potente y larga
cola contra el suelo a modo de orden de disparo. Los esclavos Sith, que
manipulaban la nave desde los puestos alrededor de la silla de comandante, obedecieron
de inmediato.
El Sesgo, que era como se llamaba
el arma de concentración de láser de todas las naves Sith del ejército de Nu
Nobosi, consistía en un generador de electromagnetismo muy cerca de la parte
trasera, anterior a los potentes propulsores de antimateria de la nave. El
generador servía tanto de fuente de energía para los motores como para
canalizar la energía electromagnética a través del casco de cristal.
Lo primero lo hacía mediante la
propiedad de repulsión magnética de la esfera de materia oscura gigante,
moldeada, ésta y las de cada nave, con el uso de poderosas gravedades de la
Fuerza inducidas coordinadamente por centenares de Ingenieros Sith en una
técnica ideada personalmente por el mismo Lord Nu Nobosi. La esfera se sostenía
dentro de tres arcos circulares de repulsión que giraban constantemente a gran
velocidad a su alrededor, y por un cuarto que era semicircular, fijo e inclinado
hacia las gigantescos bloques de antimateria de la popa de la nave. El
electromagnetismo se concentraba y se derivaba desde ese enorme arco en la forma
de un constante y denso racimo de relámpagos que entraban en contacto con la
antimateria, contenida en campos de electromagnetismo mediante la Fuerza, y que
siempre debían ser controlados por diferente número de Ingenieros Sith, según
el tamaño de la nave y sus motores. Tormento Crepuscular contaba con 42 de
estos controladores de campos, y también ellos cuidaban de manipular el
magnetismo alrededor de la antimateria para dirigir la aniquilación de las
partículas que producía la radiación de escape necesaria para el movimiento de
las naves. Todo aquello se manipulaba prácticamente con el uso de la sola
Fuerza.
El Sesgo funcionaba de manera
distinta, de un modo puramente mecánico. Los esclavos Sith del puente de la
nave, los tres que trabajaban juntos como artificieros, se ocupaban de orientar
por separado los tres arcos circulares que normalmente giraban alrededor de la
esfera de materia oscura cada uno en un diferente cambio de dirección de su
eje, constante y aleatorio. A la hora de disparar, los operarios manipulaban
desde sus consolas la orientación de los arcos, buscando unirlos de manera
concéntrica alrededor de la materia oscura, y una vez alineados, se excitaban
de manera eléctrica al mismo tiempo, buscando una emisión concentrada de
radiación electromagnética inocua que atravesaría por completo todas las
cubiertas de la nave hasta entrar en contacto con el casco de cristal de
concentración de láser del exterior, desde el cual la radiación se convertía en
un gigantesco y mortal haz de láser rojo.
Ante la mirada negra de la ávida
Darth Vera, todo el espacio allí delante se volvió un intenso y deslumbrante
túnel carmesí, como de sangre ardiendo, una especie de fuego líquido pero
enhiesto, que impactó de lleno contra el destructor imperial que cerraba la
formación a la derecha, sobre la órbita próxima a Nakt-Dalar.
Toda la nave y sus tripulantes se
deshicieron de inmediato en medio de una nube de chispas desintegradas por el gigantesco
láser, desactivado prácticamente en el mismo instante de haberse encendido,
siendo su fulgor de una brevedad tal que todos los testigos oculares imperiales
dudaban de si realmente habían visto tal disparo. El comandante Caisien, al
mando del destructor imperial que era el centro de la formación abierta de
cinco destructores, al menos hasta la desaparición del más alejado a babor,
sabía perfectamente lo que sucedía.
— ¡Disparen a discreción! —Ordenó
sin necesidad de más detalles, habiendo dado bastante antes las órdenes
convenidas por Lord Vader.
Los cuatro destructores restantes
empezaron a dirigir disparos de todos sus turboláser contra la gran gema negra
que era el centro de la desorganizada formación de naves de cristal. El fuego
ionizado verde de todas ellas cruzaba el espacio entre los planetas, próximos
por su órbita sincrónica, y se dispersaban como repetitivo oleaje de diversa
intensidad a lo largo de todo el casco de cristal negro, sin producir ningún
daño visible a la nave.
— ¡Comandante Caisien! —Llamó su
atención uno de los operarios de las terminales de monitorización del puente,
sin desviar los ojos, prácticamente ocultos por la visera de su gorrilla de
oficial, de la pantalla—. ¡No se detectan daños en la nave! ¿Deberíamos cesar
el fuego?
— ¡En absoluto, en absoluto!
—Respondió acalorado el comandante, pasándose con rapidez los dedos índice y
pulgar de su enguantada mano derecha sobre el fino bigote plateado, mientras se
inclinaba sobre la consola de control del oficial. Volvió a erguirse, alzando
la voz para los operadores de comunicaciones—. ¡Que todos los destructores
mantengan el fuego a discreción sobre la nave nodriza enemiga! ¡Sólo así
evitaremos que vuelvan a efectuar un disparo, repórtenlo a los demás
comandantes, insistan en ello! Su supervivencia depende de ello...
— ¡Inmediatamente, comandante!
—Respondió al unísono la tropa dedicada a ello, desde el fondo de una de las
zanjas del puente.
Mientras tanto, desde el interior
del fuselaje de cristal del Tormento Crepuscular, Darth Vera silbaba de rabia
mientras hacía aletear su bífida lengua más allá de su pico de reptil.
— ¡¿A qué esperáis para derribar
otro?! ¡Seguid disparando, hasta que no quede nada! —Les gritó con profunda y
sibilante voz a los esclavos Sith, a sus espaldas, sin dejar de mirar
maravillada cómo las infinitas saetas verdes del Imperio se deshacían como
lluvia a su alrededor, unos metros por encima de su cabeza.
—No podemos, mi señora Darth Vera
—se disculpó un esclavo de especie humana—, el fuego masivo imperial mantiene
desionizado nuestro casco, nos impide generar potencia para activar el Sesgo.
—Está bien, ordena a las naves
menores de la flota atacar son sus propios Sesgos —comenzó a improvisar Darth
Vera, comprendiendo el problema pese a desconocer todo acerca de la tecnología
del Tormento Crepuscular—. ¡Que carguen! ¡No podrán saturar de disparos a todas
las naves, y acabaremos derribándolos igualmente!
De inmediato, los demás cruceros
de cristal de la flota de Lord Jaké Nu Nobosi, bastante más pequeños que el
Tormento Crepuscular, iniciaron un ataque conjunto con sus Sesgos. Los filos
láser de aquellas naves no eran tan poderosos, pero atravesaban sin esfuerzo
los escudos de los destructores imperiales, causando daños a lo largo de toda
su estructura. Eso sí, superficiales.
—Esta batalla se hará eterna
—susurró para sí la scylleriana.
—Mi señora —la llamó el mismo
esclavo humano de antes, que hacía las labores propias de capitán de la
tripulación desde el puente, supervisando cada puesto de los demás operarios—,
están desplegando sus cazas.
—Sí, los veo pese a la distancia,
esclavo, ¿qué pasa?
—Esto puede ser peligroso, mi
señora Darth Vera... Nuestras naves no disponen de generadores de escudos.
—Los motores... —la scylleriana
se volvió a mirar al esclavo humano, ataviado con holgados ropajes marrones que
le daban un aspecto de monje—. Nuestros motores están desprotegidos.
—Así es, mi ama. Un disparo o
serie de disparos de la suficiente intensidad puede generar una reacción en
cadena que destruya nuestras naves.
—No tenemos generadores de
escudos, ¡pero tenemos la Fuerza! Ordenen desviar las labores de los Ingenieros
Sith para crear un campo protector tras los motores.
—Mi señora... ¿Es consciente de
que eso nos dejará sin capacidad de maniobra? El menor número de Ingenieros
controlando los motores nos hará lentos...
— ¡Que salgan los cazas, ellos
lucharán por nosotros! Dime esclavo, ¿prefieres vivir o morir?
Darth Vera se cernió sobre el
hombre, que ya empezaba a dejar atrás la mediana edad, como se intuía de sus
marcados rasgos cansados y su rapado cabello cano. Él, con la mirada baja todo
el tiempo, no se inmutó.
—Igual da vivir que morir, si es
al servicio de los Señores del Sith.
— ¡Hablas bien, esclavo!
—Reconvino Darth Vera, y abriendo rápidamente sus mandíbulas se lanzó contra el
cuello del esclavo, hundiéndole los largos colmillos, atravesándole con uno de
ellos hasta el interior de la garganta.
Las ponzoñosas agujas segregaron
una gran cantidad de veneno que enseguida fluyó a raudales por todos sus vasos
sanguíneos, así como recorría su esófago y tráquea, encharcándole los pulmones,
atiborrándole el estómago. El correoso veneno ya lo digería por dentro,
preparándolo para su deglución durante los minutos siguientes. Pero la
scylleriana sabía que no tenía tiempo para el banquete, así que, soltando su
mordisco, empuñó a toda velocidad su sable láser de doble filo y lo encendió en
uno de sus extremos al tiempo que lanzaba un tajo justo bajo el hombro del
humano, todo ello a una velocidad tal que ni le había dado tiempo a
derrumbarse, muerto como ya estaba. Recogió del suelo el brazo cercenado y
empezó a caminar, mientras el resto del cuerpo se desplomaba tras ella,
precipitándose totalmente recto como el tronco de un árbol, boca abajo. Apagó
con lentitud el filo láser rojizo de su sable, el cual se controlaba
exclusivamente con la Fuerza, sin accionamientos externos, y, arrancando del
brazo la ropa que lo cubría, se dirigió al resto de esclavos del puente, la
mayoría de ellos humanos... ¡Su sabor favorito!
—Ordenad que preparen mi nave,
yo misma me encargaré de dirigir el batallón de cazas... —dijo sin detener su
apresurado paso, y cubriéndose con la capucha blanca de su chaqueta. Sus
indiferenciables rasgos de piel brillante y negra, sus ojos totalmente negros...
La boca, que parecía no existir cuando la mantenía cerrada... Todo ello la
hacía parecer un ser de materia pura de la Fuerza del Lado Oscuro, y el miedo
de los esclavos aumentaba su poder y orgullo. Y su hambre—. Llevad el resto a
mis aposentos, me lo terminaré cuando vuelva...
Y empezó a ingerir con lentitud los trozos que su duro
pico rompía y desgarraba del brazo amputado. Los chasquidos del hueso y la
carne, los sonidos de succión de la reptil, siguieron oyéndose desde el puente,
rebotados y amplificados por las curvas de los pasillos tubulares del Tormento
Crepuscular.